Opinión
Por: Testigo Incómodo
Cuando era estudiante, hacer un acordeón era sinónimo de trampa. Quien lo usaba en un examen, lo hacía a escondidas, con miedo a ser descubierto, sancionado o reprendido. No era solo por copiar; era, en muchos casos, por no haberse preparado. Por no haberse tomado en serio lo que debía aprender.
Hoy, décadas después, ese símbolo estudiantil del “me las ingenio como sea” ha cruzado la frontera de las aulas para colarse en un lugar mucho más delicado: la elección judicial. Y no llegó de la mano de un ciudadano despistado, sino de muchos políticos y funcionarios, primero, y luego a manos de los electores. El propio expresidente López Obrador dejó al descubierto el acordeón que usó a la hora de votar en Palenque.
Cuando el ejemplo viene desde arriba
La situación, aparentemente inofensiva, es en realidad profundamente simbólica. ¿Qué mensaje se le está enviando a los millones de estudiantes que, desde hace años, han sido educados para dar lo mejor de sí?
Que ni los exámenes ni las elecciones se toman en serio.
Que copiar está bien, si se hace con convicción.
Que improvisar es válido, si se hace desde el poder.
Y que participar sin entender es suficiente.
Lo más grave es que la escena se convirtió en una especie de clase nacional sobre antivalores:
Sobre cómo resolver con trampa.
Sobre cómo legitimar la ignorancia.
Sobre cómo reducir un proceso democrático a una fórmula vacía.
Una elección sin claridad, un voto sin conciencia
La boleta judicial fue, para muchos, un enigma. Larga, confusa, con nombres desconocidos y sin información real sobre el perfil de los candidatos. A falta de preparación y difusión oficial, el “acordeón” se volvió el único recurso disponible para muchos votantes. Pero cuando ese recurso lo utilizan los políticos que impulsaron la elección, el efecto es devastador: legitima la desinformación como norma.
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Lo que realmente estamos enseñando
No estamos educando en ciudadanía.
Estamos educando en la trampa.
Y eso tiene consecuencias. Porque cuando un niño ve que la justicia puede decidirse con acordeones, no entenderá mañana por qué debe estudiar para ser abogado. Ni por qué la ley exige preparación, transparencia o mérito.
Estamos sembrando la idea de que lo importante no es el fondo, sino el trámite. Que votar es suficiente, aunque no se entienda por quién ni por qué se vota.
La peor lección para una generación ya harta
A los jóvenes que hoy tienen entre 10 y 18 años, les estamos dejando un mensaje perverso:
La justicia se improvisa.
La democracia se actúa.
El poder se mantiene, aunque no se comprenda.
Y a quienes todavía creemos en la educación como motor de transformación, esto nos duele.
Una sociedad que pierde el rumbo
El uso del acordeón en esta elección judicial no es solo una anécdota graciosa ni una ocurrencia simbólica: es el reflejo de una sociedad que ha normalizado la trampa, la ignorancia y la simulación.
México enfrenta una grave crisis educativa.
Los niveles de comprensión lectora, razonamiento lógico y pensamiento crítico van en caída libre.
Y mientras tanto, desde el gobierno, desde los altos cargos públicos, lo que se modela no es la ética, sino el atajo.
Las nuevas generaciones no necesitan más discursos ni campañas patrióticas.
Necesitan mejores ejemplos.
De sus padres, de sus maestros, de sus funcionarios, de sus líderes.
Porque si seguimos legitimando el engaño como vía y la confusión como sistema, este país terminará por encaminarse hacia un rumbo que nadie desea.
Porque sí: hacer un acordeón en la secundaria era una falta.
Pero usar uno para definir el futuro del Poder Judicial…
es una tragedia nacional.
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